miércoles, 11 de junio de 2014

¿Tortura sanitaria?

Si fuera Bécquer, lo mismo empezaba esta entrada con un

-¿Qué es tortura?, dices mientras
clavas en mi vena tu abbocath azul...*,

pero como no lo soy (gracias a la divina providencia) empezaré con una reflexión: ¿se puede hablar de "tortura sanitaria" sin que estemos en Siria en plena guerra?

Dice la RAE que tortura es, entre otras acepciones como la de arrear para sacar confesiones, "dolor o aflicción grande, o cosa que lo produce". Ahí cabe todo, claro, pero cuando uno vive experiencias religiosas en una sala de diálisis cabe pensar en ese término (que sí, que sí, con la mejor voluntad del que la practica y todo eso).

Según me dicen mis especialistas, en tiempos de Franco -y no hay que irse a recién acabada la guerra-, si te negabas a ir a dializarte mandaban a una pareja de la Guardia Civil, y hale, arreando, a tratamiento: tres o cuatro horitas de pinchazos, tiritonas, mareos, y hasta gritos de algún compañero que le coge el día poco católico, y se dializa como lo haría la niña del exorcista al entrar en una iglesia. Ya no es así, menos mal. Pero no siempre.

La primera vez que me prepararon en un hospital público para comenzar a dializarme, viví una experiendia  rara, que si no me hizo salir corriendo entonces de la cama, ya lo aguanto todo, o casi todo.

En aquel hospital, la sala de diálisis es hasta bonita. Con unos ventanales que dan a un "jardín japonés"; Vamos, así es como lo llamaban nuestras enfermeras, y que no era otra cosa que el tejado de la planta situada bajo la unidad, que por eso de los caprichos de la arquitectura lo llenan de piedras de río: cantos rodados, como la ranchera de Vicente Fernández, en la que con dinero o sin dinero hacía lo que le daba la gana (mal día hoy para hablar de reyes, aunque sean mexicanos).

Ese primer día es lógico que uno ande con las orejas tiesas, porque no sabe lo que se le viene encima, y se está algo acongojado acojonado. Como hace falta un buen acceso vascular por donde entre y salga la sangre al dializador, y pueda limpiarse, es habitual también, que si no llevas fístula, te coloquen un catéter; y en esas estábamos aquel día.

Recuerdo la cara del enfermero que me atendió. También su nombre, Jose, y su amabilidad. Se presentó, trajo unos papeles, me estuvo preguntando cosas que luego apuntaba en esos papeles, y me dejó a la espera en aquella zona separada del resto de la sala, preparada para la intervención "cateteril". Esas esperas se hacen eternas.

De pronto empecé a oir unos gritos. Al principio no comprendía qué decía aquella voz, ni de dónde venía, ni de quién era. Era como un par de mantras que se repetían, y que poco a poco se hicieron comprensibles: "dejarme morirme en pah", "no me toquéis máh".

Las tripas se me hicieron un nudo de escalada, por lo menos un as de guía, en esos instantes.

Rápido, alguien de bata acudió hasta aquella voz. Era de mujer. De alguien muy mayor. Desde mi sitio apenas podía ver recortada la imagen del sanitario moviéndose pausadamente al lado de aquella cama. Y, casi a la vez, apareció Jose a mi lado, y me cogió de la mano.

Imagino mi cara, "ojiplática" como un seguidor de Cuarto Milenio tras ver un extraterrestre salir de una nave, y con un cuerpo temblón que se resistía a llorar. Menos mal que estaba Jose. Y con una voz suave, y muy cerca de mí, me susurró

- Tranquila. Es una señora muy mayor. No está bien de los nervios. Esto no te va a pasar a ti.

Poco a poco me fui calmando algo, pero aún se me repite aquello en pesadillas.

¡Coño!, ¿eso no es tortura? Pues no tengo ni idea. ¿Es violación cuando le has dicho al marido que no, pero acabas dejándote para hacer más llevadera la existencia? Yo qué sé.

Según me contaron otro día, tuvieron que calmarla con transilium, que llevaba tiempo mal, que... lo que luego se hizo habitual en mi centro periférico. La diferencia con los días malos de todos nosotros en los centros periféricos de diálisis es que acabamos siendo una familia, y cuanto más nos vamos conociendo todos los compañeros más sentimos el dolor de la persona de al lado como propio, y entendemos los bajones. A todos nos llegan, como las canciones casposas, que ayer se bailaban en las plazas de los pueblos.

Tal vez algún día quiera ser la reina de mi propia existencia, y llegue a negarme a que me metan ningún tubo por ningún lado. Me van a tener que callar con una caja de calmantes con forma de maza, porque no me pienso callar con un par de pastillitas. Mientras tanto, me tocará volver, volver y volver.






*Por cierto, no tengo ni idea si el catéter se coloca en una vena o en una arteria, pero si todo este tiempo coló que la pupila era azul...


Beatriz González Villegas.